ESTRELLA DE LOS CIELOS
PREFACIO
Pongo otra vez, Señora, a tus pies mi poesía.
Vuelve otra vez mi verso a rendirte homenaje.
Hace ya muchas lunas que, gozoso, te traje,
el amor y la fe que mi alma escondía.
Dame, Mare de Déu y también Madre mía,
la ayuda que te pido para este viaje,
para que en el oscuro, tembloroso paraje
del vivir, tenga siempre tus ojos como guía.
Tus ojos que Dios mismo desbordó de ternura
y de misericordia, alumbren la aventura
terrenal de este hombre que nunca te olvidó.
Mira, Madre, que he vuelto con mi verso y con mi vida,
a decir que eres Tú y solo Tú la Elegida.
Estrella de los Cielos, María del Lledó.
I
¿Quién esculpió la gracia de tu nombre
alto de claridad -Santa María-
y así dio rienda suelta a la alegría
de su eterno consuelo para el hombre?
Déjame que te mire, que me asombre
con tu luz de infinita argentería;
que, rendida a tus plantas, mi porfía
la oscuridad del mundo desescombre.
Ay, Virgen de los mares, de la orilla
donde eleva sus soles el Oriente
hasta el cenit del cielo y su belleza;
Espejo del Amor, verdad sencilla
desde el claro remanso de tu frente
hasta la plenitud de tu pureza.
II
Escucha esta oración, que me ha nacido
como nacen las olas, como el viento
erige su inefable monumento
sobre un mar de un azul adormecido.
Ay, Virgen del Lledó, lirio escogido
desde tu angelical anunciamiento,
clavel de eternidad, suspiro lento
que deja el corazón estremecido.
Escucha esta oración. Te doy con ella
mi voz que en el silencio se consuma
y el brillo prodigioso de la estrella,
la frágil hermosura de la espuma,
la levedad humana de mi huella
y el sueño de la luz entre la bruma.
III
Embeberme en tu luz, vivir la vida
prendido a tu mirada eternamente.
Vislumbrar en el arco de tu frente
el sol de una serena amanecida.
Más allá del cansancio, de la herida
de un mundo en desconcierto permanente,
ser la clara caricia que la fuente
da a la boca sedienta, enfebrecida.
Compartir -manantial- esa dulzura
que te ha nimbado el rostro de hermosura
y hallar en tu silencio la alegría.
Existir sin rencores ni resabios.
Que sea el corazón, y no los labios,
quien diga, junto a ti, Santa María.
IV
¿Quién dio alas al vuelo de tu sueño
alma forjada en Dios y a Dios debida?
¿Qué Ángel Anunciador de bienvenida
templó el acero noble de tu empeño?
¿Qué alondra de verdad, trino risueño
prendió tu llama y la dejó encendida
y la volvió a avivar -signo de vida-
bebiendo eterna de su propio leño?
Fue, María, el Espíritu, la viña
fecunda del Señor, la mano ardiente
que acomoda a su antojo los destinos.
María del Lledó, solo una niña
hermosa en su rubor adolescente,
con Dios dictando, al fondo, sus caminos.
V
Tu alma en Dios, y por Dios Tú la elegida
en las tierras hermosas de Levante.
Dios en tu corazón y en tu semblante,
en cada despertar y anochecida.
Dios allá en tu Basílica encendida
que guarda tu mirada vigilante.
Dios alto en plenitud, sol deslumbrante
que ilumina la tierra bendecida.
Ay Virgen del Lledó, Dios en tu cielo,
en tu mar, en tus campos, firme anhelo
de la gloria y la luz de tu mirada.
Todo un inmenso Dios de ti nacido,
en Ti crecido, y para siempre unido
a tu gracia celeste, Inmaculada.
VI
Tú supiste en tu espera que en la vida
no hay Amor más perfecto que el del Cielo;
fuego vivo de Dios, Amor y Anhelo
fontana y manantial, luz trascendida.
Dejaste el alma a solas, desasida
como la estrella absorta en su desvelo
y Dios mismo dispuso, en su consuelo,
abrir su gloria a tu oración rendida.
Tú supiste, María, la primera
verdad que da el Amor, su reverbero
de hoguera poderosa y deslumbrante;
y aquí hallaste el regalo de tu espera
bajo el sol milenario y compañero
de las tierras más nobles de Levante.
VII
¿Quién te hizo mástil, di, luz que ilumina,
llama en fuego perfecto y delicado,
de modo que con vuelo inmaculado
atiendes siempre al que ante Ti se inclina?
¿Quién te adornó de amor, gracia divina
y con belleza tal dejó copiado
tu rostro bajo el sol enamorado,
Patrona de esta tierra levantina?
Tú, Virgen del Lledó, con ese nombre
que es cima de pureza en sus anhelos
eres faro y destello que nos guía.
Escucha mi oración y deja al hombre
beber en Ti el celeste de los cielos
y a Castellón decir Santa María.
VIII
Desde el lagar azul del mar en calma
hasta tu manto, Virgen sin mancilla,
hoy cruza mi canción de orilla a orilla
y es el silencio un salmo que se ensalma.
Llego, Madre, hasta Ti. Luce la palma
su anhelo vertical, su maravilla,
y el corazón, a solas, se arrodilla
fundido en un abrazo con el alma.
Todo es luz y quietud, reposo en vilo,
espejo meridiano de pureza
que refleja la humana desventura.
Todo se hace oración, verdad, sigilo
-Virgen aparecida entre la almeza-,
Señora de la gracia y la ternura.
IX
¿Qué es la vida? ¿Dónde halla su sentido?
Medita mi conciencia silenciosa.
La vanidad y el vuelo de la rosa
avecinan el pétalo caído
Un bajel en el mar embravecido
es el sueño del hombre, y cada cosa
discurre taciturna y misteriosa
a las fauces voraces del olvido
Polvo y ceniza, levedad y duelo,
¿Qué horizonte hallará, qué incierto cielo
el hombre abandonado ya a su suerte?
Escucha esta oración, Virgen María,
y ruega por nosotros cada día,
ahora y en la hora de la muerte.
X
Llego a esta tierra. Me recibe, mudo,
el ocre de la piedra y la muralla.
El tiempo, con su indómita batalla,
cinceló la nobleza de su escudo.
A solas me pregunto cómo pudo
fraguarse esta belleza. Todo calla.
Castellón me devuelve -hermosa playa-
el azul de su cielo por saludo.
Cuando todo declina y se oscurece
no hallo, Madre, más luz ni más camino
que tu Amor, que consuela y que perdona.
El gran Amor que tu ternura ofrece
a Castellón y al pueblo levantino
que te tiene por Guía y por Patrona.
Autor: JORGE DE ARCO
Publicado en el Boletín nº29 de 2016. Ganador del XXXI Certamen literario Flor Natural Santa María del LLedó